Desde la mítica torre de babel, los humanos se han propuesto edificar monumentos que estuvieran a la altura de sus egos desproporcionados. A lo largo de los siglos, con construcciones como los antiguos Zigurats, el Taj Majal o el Empire State, el hombre ha demostrado su poder para levantar estructuras con propósitos religiosos o profanos. Estos monumentos, vistos como una declaración cultural muda, un símbolo de los principios de los pueblos (devoción, patriotismo, poder), o un símbolo de la grandeza de una civilización, fascinan y atraen a un público cada vez mayor que queda captivado por la creatividad e ingenuidad de sus arquitectos y canteros. Su mensaje histórico va más allá de la simple historia del arte, pues sus construcciones nos enseñan como eran las vidas y como fue la evolución de los pueblos del pasado, como es el caso del Partenón de Atenas, tantas veces destruido, reconstruido, reutilizado, atacado, saqueado y hoy en día restaurado una vez más. Este libro, que incluye 1000 monumentos repartidos por todo el mundo, sigue las huellas de la historia del ser humano, de sus técnicas, estilos y filosofías de construcción, necesarios para la edificación de tantas maravillas en siglos diferentes, que ayudan a conformar un panorama de los monumentos más conocidos al mismo tiempo que permiten evocar la pasión de sus creadores. El lector podrá explorar la progresión de los valores humanos a través de los edificios que ha construido y llegar a entender estas estructuras como verdaderos triumfos de la humanidad.
Introducción
¿Qué es la arquitectura?
Entre las artes, la arquitectura siempre se ha considerado como la más difícil de apreciar y valorar. Y esto se debe no solamente a la creencia según la cual son necesarios grandes conocimientos para entenderla, al menos en un sentido técnico. A diferencia de una pintura o una escultura, un edificio no explica un relato fácilmente comprensible, ni pretende ‘representar’ en clave artística algún aspecto de la realidad. Por el contrario, la naturaleza de la arquitectura es, principalmente, utilitaria, y su objetivo primordial es albergar las distintas actividades humanas. Al mismo tiempo, la arquitectura dignifica nuestras acciones cotidianas y les concede una presencia pública particular que se plasma en el envoltorio o la fachada del edificio, y que, en el caso de muchas construcciones históricas, puede colocarnos frente a una expresión compleja desconcertante. En este sentido, el recargado aspecto externo de, por ejemplo, la Catedral de Chartres o del Centro Pompidou, puede incluso intimidar al visitante que lo contempla por primera vez. En muchos casos, los significados de la creación de un edificio en concreto, incluidas sus técnicas estructurales e incluso sus materiales, pueden no ser inmediatamente evidentes o fácilmente comprendidos por el observador casual. Su estilo y sus puntos históricos e iconográficos de referencia pueden resultar oscuros y desconocidos. Por ejemplo, ¿sabe alguien, o se ha interesado alguien en saber, que las colosales columnas jónicas que se levantan frente al edificio del Museo Británico del siglo xix están inspiradas en las del Templo de Atenea Políada, en Priene, del siglo iv a.C.? ¿Qué puede decirnos este dato de la naturaleza del edificio británico? Además, la verdadera función de un edificio puede ser, muchas veces, inaccesible desde una perspectiva puramente visual, especialmente si se ha olvidado su propósito original o si éste ha cambiado con el tiempo: ¿para qué se utilizaba el complejo de Stonehenge, y qué se hace dentro de una basílica, una pagoda o un martyrium, por ejemplo? Por otra parte, a diferencia de nuestra toma de contacto con una obra de arte en un museo, en general, nuestros encuentros con la arquitectura se producen, generalmente, en un estado de distracción. Como dijo el filósofo alemán Walter Benjamin, no vemos ni valoramos los edificios porque nos limitamos a usarlos, o porque simplemente pasamos por delante o a través de ellos. Los edificios se hacen invisibles a nuestros ojos y, sin embargo, esto es precisamente la razón principal por la cual, el estudio de la arquitectura debería resultar interesante. Se trata de comprender aquello que utilizamos cada día, y todos tenemos toda una vida de experiencias con este tipo de arte. En este sentido, cuando nos desplazamos de casa al trabajo, a un centro comercial, a un museo, o a un hotel de vacaciones, todos nos transformamos en expertos arquitectónicos formados por un proceso cotidiano de valoración y navegación visual, de relación óptica y de habitación de espacios tectónicos tridimensionales, que han sido diseñados por constructores profesionales o arquitectos.
La mayoría de las estructuras incluidas en este libro, sin embargo, no se pueden definir como cotidianas, sino que son, por varias razones, excepcionales, y sobre esta base, se pueden denominar ‘monumentos’. (El término ‘monumento’ en este contexto, no sólo hace referencia a las construcciones con un amplio carácter simbólico o conmemorativo, —el Monumento a Washington por ejemplo o el Monumento de Londres al Gran Incendio de 1666—, sino a cualquier edificio con una distinción arquitectónica fundamental). En este libro, lo que realmente nos interesa son los edificios para cuya creación ha hecho falta mucho tiempo, dinero, trabajo e ingenio. El historiador y teórico arquitectónico Geoffrey Scott escribió que la civilización ‘deja en la arquitectura su registro más auténtico, porque es el más inconsciente’, y es un hecho, merece la pena repetirlo, que la arquitectura es, inevitablemente, un signo de poder secular, religioso y económico.
La arquitectura, por definición, está representada por grandes y elocuentes edificios, a menudo de aspecto vistoso y llamativo, construidos con materiales permanentes y dedicados a fines elevados. Un templo griego, una catedral gótica o una residencia palaciega como Versalles, la Alhambra o el castillo de la Garza Blanca nos vienen a la mente. Está claro que la planificación y la construcción de unas estructuras tan impresionantes sólo son posibles cuando convergen grandes concentraciones de riqueza e influencia, normalmente en manos de un único gobernante o de una clase dominante. Los monumentos que resultan, cuya naturaleza intencionadamente perdurable les ha permitido sobrevivir a sus diseñadores, mecenas y culturas originales, denotan una capacidad para reunir y desplegar decenas o incluso miles de trabajadores durante largos periodos de tiempo y utilizar la mano de obra de esclavos, trabajadores asalariados o, más raramente, voluntarios. Todo esto se cumple en las Grandes Pirámides de Giza y también en los últimos inmensos rascacielos construidos en Pekín o Dubai. La arquitectura, al igual que la historia, ha sido creada en nombre de aquellos que se han impuesto a través del ejercicio del poder, de aquellos que han sido capaces de hacerse con los botines de la guerra y de recoger los beneficios del comercio. Como todas las manifestaciones de poder de este tipo, en este sentido, los grandes monumentos del mundo son principalmente el producto de normas despóticas, sistemas de valores inhumanos o una división desigual de los recursos, y desde luego, pueden ser condenados como tales. El crítico de arte victoriano John Ruskin, por ejemplo, podría incluso lanzar un ataque contrario a los antiguos templos griegos —símbolos antiguos de una joven democracia, una cultura humanística y una sensibilidad estética refinada— tachándolos de opresivos y deshumanizados. Ruskin se oponía especialmente a la exigencia de los edificios clásicos de incluir repetitivos ornamentos esculpidos (como las molduras o los capiteles), cuya fabricación seguramente supuso una sumisión extrema por parte de los picapedreros y canteros. Incluso hoy en día, una visita al Coliseo de Roma o a los grandes templos en forma de pirámide mesoamericanos (no 814; no 821; no 823) pueden muy bien dar lugar a desagradables pensamientos sobre los sacrificios en masa que tuvieron lugar durante siglos y al extenuante trabajo necesario para su creación. La mayor iglesia del mundo, la Basílica de Nuestra Señora de la Paz (1985-1990) en Yamoussoukro, Costa de Marfil, se suele considerar más una locura indulgente del presidente vitalicio de ese empobrecido país, que una pieza maestra de la arquitectura. Con más frecuencia de la que quisiéramos, no obstante, y especialmente en el caso de las reliquias veneradas de antiguas civilizaciones, tenemos una comprensible tendencia a dejar de lado la cuestionable moralidad de su mecenazgo y simplemente admiramos el esplendor, el misterio y la ingenuidad de sus construcciones. Con el paso del tiempo, incluso los vestigios de la arquitectura nazi, unos recuerdos moralmente repugnantes pero también innegables e impresionantes testigos de una atrocidad reciente, han conseguido distanciarse de sus orígenes y ser objeto de un interés académico objetivo, e incluso una medida de admiración profesional (que no política) para algunos arquitectos que ven en ellos la evidencia de una deuda continua de Europa con el todavía relevante legado de Grecia y Roma. Ideológicamente, los regímenes ofensivos, se puede demostrar fácilmente, no producen automáticamente buenos o malos resultados en arquitectura, y desde un punto de vista puramente estético o técnico, la cuestión política puede incluso eliminarse de la discusión —una racionalización que continúa permitiendo a algunos arquitectos contemporáneos, trabajar para patronos políticamente sospechosos. De forma más general, el arquitecto maltés Richard England ha observado: ‘Cuando todo se ha dicho y hecho, lo que queda es el edificio’.
Tal vez, un aspecto más básico, aunque igualmente insatisfactorio de la definición ‘elitista’ de arquitectura, radica en su inherente parcialidad hacia la monumentalidad: ¿y esas culturas que, por alguna razón, escogen no construir monumentos duraderos o extravagantes? ¿No excluiría esta definición a las habilidosas aunque a menudo pequeñas y efímeras estructuras de muchos grupos tribales de nativos...
Erscheint lt. Verlag | 24.11.2014 |
---|---|
Sprache | spanisch |
Themenwelt | Technik ► Architektur |
ISBN-10 | 1-78310-456-2 / 1783104562 |
ISBN-13 | 978-1-78310-456-7 / 9781783104567 |
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Größe: 188,0 MB
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