Los movimientos de emancipación nacional (eBook)
224 Seiten
Books on Demand (Verlag)
978-84-1373-243-5 (ISBN)
Andreu Nin i Pérez (El Vendrell, Tarragona, 4 de febrero de 1892 - Alcalá de Henares, Madrid, 20 de junio de 1937), fue uno de los personajes más importantes del marxismo revolucionario en España de la primera mitad del siglo XX. Si bien se integró primero en las filas del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, pronto abrazó al sindicalismo revolucionario, ingresando en la CNT, la cual eligió como delegado al tercer congreso de la III Internacional y al congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja. Nin se convirtió en un personaje clave de ambas internacionales aun después de que la CNT abandonara la III Internacional en 1922. Vivió por un tiempo en Moscú, donde perteneció al equipo de León Trotsky. Se adhirió a la Oposición de Izquierda a partir de 1926, por lo cual tuvo que abandonar la URSS en 1930. A su vuelta a España, Nin fue clave en la formación de la Izquierda Comunista de España (mayo de 1931), grupo afiliado a la Oposición de Izquierda Internacional, y formó parte de la Alianza Obrera e intervino en los sucesos de octubre de 1934 en Cataluña. Al fusionarse su grupo con el Bloque Obrero y Campesino para fundar el POUM (1935), fue nombrado miembro del comité ejecutivo del nuevo partido y director de su publicación, La Nueva Era. Fue también elegido secretario general de la Federación Obrera de Unidad Sindical (FOUS) en mayo de 1936. En 1937 fue detenido por la policía política soviética, que actuaba clandestinamente en la zona republicana durante la Guerra Civil Española con la connivencia de los mandos Comunistas. Luego de ser trasladado a Valencia y a Madrid, fue torturado y asesinado por orden del general Orlov, quien actuaba en nombre de Stalin.
Primera parte. Los fundamentos de la teoría proletaria de los movimientos de emancipación nacional
I. La Posición de Marx y Engels
Los movimientos de emancipación nacional como factor revolucionario. – La guerra franco-prusiana del año 1870. – El principio de las nacionalidades y el derecho de las naciones “históricas” a la independencia. – La monarquía austríaca. – Polonia. – Irlanda. – Nacionalismo e internacionalismo. – La estrategia y la táctica de Marx y Engels.
Marx y Engels, que nos han legado una producción teórica tan extensa y valiosa sobre todos los grandes problemas económicos, políticos y sociales de su época, no consagraron ninguna obra fundamental al estudio de los movimientos de emancipación de las naciones. A pesar de ello, un problema que agitaba de manera tan profunda los pueblos, movilizando masas populares enormes, y puesto a la orden del día por la revolución europea, no podía pasar inadvertido a unos hombres que, como los dos inmortales fundadores del socialismo científico, auscultaban febrilmente las “palpitaciones de los tiempos” para poder definir en cada momento la táctica nacional adecuada de la clase obrera y prepararle el glorioso destino al que está predestinada históricamente. Así, aunque no nos hayan legado un conjunto sistematizado de ideas sobre este problema de importancia capital, las opiniones expresadas en sus trabajos, en su correspondencia y en declaraciones públicas que hicieron en diversas ocasiones, nos proporcionan materiales de un valor indiscutible para el establecimiento de los elementos fundamentales de una teoría proletaria de los movimientos de emancipación nacional que ha encontrado su expresión más perfecta y definitiva en Lenin, el genial discípulo de Marx.
La actividad política de Marx y Engels se desenvolvió, fundamentalmente, en la época comprendida entre la gestación de la gran tormenta revolucionaria europea de 1848 y la Primera Internacional, es decir, entre las luchas por la transformación definitiva de la Europa semifeudal en una democracia burguesa y la aparición del proletariado en la palestra histórica como fuerza organizada internacionalmente para afirmar su personalidad y propugnar sus reivindicaciones de clase.
En aquella época, el problema de los movimientos nacionales se planteaba, para la gran mayoría de los pueblos europeos, de forma distinta que en la actualidad. Era una época revolucionaria relacionada con hechos como la creación de los Estados nacionales, la lucha por la liberación de Italia, la unificación de Alemania, como base históricamente necesaria para el desarrollo del capitalismo; una época, pues, que se diferencia de la actual en el hecho de que actualmente el capitalismo, que se encuentra estrecho dentro de las fronteras nacionales, tiende a la expansión imperialista.
Ante esa situación histórica concreta, Marx y Engels fijan su posición frente a los movimientos nacionales subordinándola a los intereses superiores de la revolución y tomando en cuenta la importancia inmensa de estos movimientos para la victoria revolucionaria. No enfocan nunca el problema de forma independiente, sin conexión con la lucha revolucionaria general y con los fundamentos económicos de las cuestiones nacionales. Los elementos materiales constituyen la base de los movimientos nacionales; las manifestaciones externas, a menudo más destacadas – idioma, cultura, etcétera –, no son más que su superestructura jurídica.
Es muy característica en este sentido la posición de Marx, definida en uno de sus artículos más notables de la primera época, sobre el problema judío. Según él no se trata de un problema de emancipación religiosa, aun siendo la religión uno de sus aspectos, por cuanto su base es económica, está constituida por la “sociedad civil”. Los judíos, que son los agentes de la economía monetaria, “se han emancipado en la medida en que los cristianos se han convertido en judíos, es decir, en la medida en que la sociedad cristiana ha adquirido un carácter completamente comercial, judío”. La emancipación de los judíos está ligada íntimamente con “la emancipación de la sociedad del judaísmo”, es decir, con la supresión del poder del dinero en la sociedad socialista. A Marx, sin embargo, no le interesaba demasiado el problema nacional judío, porque los hebreos que podía observar en Occidente, a diferencia de los de Oriente, donde el problema se plantea en otros términos, pertenecían a un sector burgués muy restringido que se había amoldado al medio circundante.
Cuando estallan las revoluciones europeas de 1848, Marx y Engels, que han definido ya las bases fundamentales de su doctrina – el Manifiesto Comunista se publica en 1847 –, subordinan su actitud a la exigencia suprema del momento: la cohesión de las fuerzas de la revolución. De ahí proviene, principalmente, su posición negativa ante el movimiento paneslavista, que tantas ilusiones habían hecho concebir a Bakunin y que, como veremos más adelante, fue un instrumento en manos de las fuerzas reaccionarias y, ante todo, del zarismo, que era el reducto más poderoso de la reacción europea.
Sólo si tomamos en cuenta esta posición subordinada de los movimientos nacionales comprenderemos la actitud de Marx y Engels ante los problemas políticos concretos de aquella época y las contradicciones aparentes en que incurrían, frecuentemente señaladas de mala fe por sus adversarios. Hemos visto ya que, aun reconociendo el papel progresivo de los movimientos de emancipación nacional, adoptan una actitud irreductiblemente hostil frente al movimiento paneslavista, objetivamente contrarrevolucionario. Esta actitud choca, naturalmente, con una concepción esquemática, no dialéctica, del problema, pero concuerda perfectamente con el punto de vista según el cual los intereses generales de la revolución constituyen el criterio supremo.
A la luz de este criterio, la posición de Marx y Engels ante la guerra franco-prusiana de 1870 nos parecerá plenamente justificada.
Efectivamente, la constitución de una Alemania unificada y centralizada era la base indispensable para el desarrollo del capitalismo y, por lo tanto, del proletariado, para el que la victoria era mucho más difícil en un país sometido a la disgregación propia de las sociedades feudales o semifeudales. Frente al bonapartismo reaccionario, Alemania unificada era un factor progresivo. Por esto Marx y Engels expresan su simpatía por el “movimiento nacional” alemán, aconsejan a los socialdemócratas alemanes de su país que se adhieran a él, y combaten la posición de Wilhelm Liebknecht, que preconizaba la neutralidad con el pretexto, curiosamente análogo al de nuestros faístas – ¡entre Gil Robles y Azaña no hay ninguna diferencia! –, de que Bonaparte y Bismarck eran, en lo esencial, la misma cosa. Sin embargo, cuando Bismarck pasa de la defensiva a la ofensiva y manifiesta tendencias anexionistas respecto a Alsacia-Lorena, su posición cambia radicalmente. Y cuando, el 18 de marzo de 1871, París proclama la Comuna, los términos del problema se modifican fundamentalmente, y Marx y Engels saludan con entusiasmo el levantamiento de los trabajadores parisinos y los defienden en su lucha contra las tropas prusianas. La guerra contra la Comuna obrera no era lo mismo que la guerra defensiva con el segundo Imperio, y si bien una Alemania capitalista unificada era un factor progresivo respecto a una Francia reaccionaria, dejaba de serlo respecto a un Estado proletario en embrión.
Marx y Engels no abandonan nunca este criterio dialéctico cuando enfocan el problema en sus diversas manifestaciones, y sólo podremos entender su actitud tomando en cuenta esta circunstancia esencialísima.
Reconocen, como hemos visto, el papel progresivo de los movimientos de emancipación nacional en la medida en que contribuyen a resolver el problema de la liquidación de las supervivencias feudales y sirven la causa revolucionaria general; combaten encarnizadamente la indiferencia ante estos movimientos, y la consideran como una ayuda directa a la opresión nacional, que es la base del poder de las clases explotadoras de la nación opresora. No apoyan, sin embargo, a todos los movimientos nacionales – recordemos su actitud ante el paneslavismo – ni hacen extensivo a todas las nacionalidades el derecho a la independencia política.
En este sentido, es muy característica la actitud que adoptan frente a la defensa del “principio de las nacionalidades” ni más ni menos que por Napoleón III. ¿Podía no ser acogido con simpatía, por parte de los demócratas ingenuos, un principio orientado a reparar la injusticia cometida en los tratados de 1815, fijando las fronteras de Europa de acuerdo con los intereses de la potencia continental entonces más fuerte, Rusia, sin tomar en cuenta los deseos y los...
Erscheint lt. Verlag | 7.5.2021 |
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Sprache | spanisch |
Themenwelt | Sozialwissenschaften ► Politik / Verwaltung |
ISBN-10 | 84-1373-243-3 / 8413732433 |
ISBN-13 | 978-84-1373-243-5 / 9788413732435 |
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