Me aconsejan que lo lleve al logopeda (eBook)
144 Seiten
de Vecchi Ediciones (Verlag)
978-1-68325-124-8 (ISBN)
¿Su hijo cecea un poco, tartamudea, le cuesta aprender a leer, escribe mal, tiene dificultad con las matemáticas, comete muchas faltas de ortografía...? ¿Cree que puede ser disléxico? Por lo general, con un poco de paciencia, todo se arregla al cabo de unos meses. Sin embargo, en algunos casos existe un problema real. Ante esta situación es posible que el profesor de su hijo, o usted mismo, se haya planteado si debería examinarlo un logopeda. Esta obra tiene como objetivo ayudarle a distinguir entre los casos de inmadurez y los que suponen un verdadero retraso. Para ello, este manual presenta los problemas más frecuentes, proporciona recursos para que pueda ayudar a su hijo en casa e indica cuál es el momento idóneo para acudir a un especialista.
Capítulo 1
¿Cómo le llega la palabra al niño?
La primera infancia es el periodo de las primeras veces: la primera mirada, la primera sonrisa y los primeros balbuceos. Y, de pronto, un día llega la tan esperada palabra. Seguro que lo recuerda: así, sin avisar, el bebé soltó papapa y usted reconoció inmediatamente papá. ¡Menudo regalo de parte de este pequeño de poco más de un año!
| Ya en la barriga... |
Mucho antes de nacer, el bebé empieza a preparar su oído, así como los órganos que necesitará para comunicarse más tarde mediante la palabra: mueve los labios, traga y expulsa líquido amniótico como lo hará más tarde con el aire, y puede que, incluso, se chupe el dedo. Además, se mueve dentro de la barriga de su madre, y esta interpreta sus sensaciones: «Está muy nervioso esta noche, he debido de tomar demasiado café», o bien: «Está tranquilo, estoy segura de que le gusta la música clásica», o: «¡No para de dar patadas, será tan agotador como lo fue el mayor!». En una palabra, la madre ya lo hace existir en su imaginación, aunque, cuando nazca, tendrá que adaptarse a como realmente es. El bebé oye, sobre todo, la voz materna —por resonancia— y las voces familiares, como la de su padre, así como los ruidos del ambiente: la televisión, los ruidos de máquinas... Por la noche: reposo, calma total. El bebé percibe esas alternancias, asociadas a sus movimientos y a sus humores fluctuantes, de forma global. En realidad, esto es lo que suponemos, pues estamos muy lejos de saberlo todo sobre lo que ocurre dentro del útero, especialmente en lo que respecta a lo que el niño puede captar del exterior.
| Comunicación al aire libre |
Cuando nace, el niño respira y grita, levanta la voz en cuanto se presenta ante el mundo. Según el caso, se tratará de una futura soprano o de un bebé discreto y tranquilo. Algunos gritan durante todo el día, y dejan exhaustos a sus padres, que se preocupan y se preguntan por qué lloran. Se trata de un inicio de comunicación al que sus padres intentan responder. Se preguntan: «¿Hemos entendido bien su mensaje?». Las necesidades del niño giran esencialmente en torno a la alimentación y el descanso. Pero muy pronto empieza a expresar también sus estados de ánimo: siente la necesidad irrefrenable de recibir cariño en los brazos de sus padres, se siente melancólico cuando anochece, o bien tiene una pequeña pesadilla nocturna, o se enfada si el biberón se retrasa, etc. Observamos que la comunicación parte de la satisfacción de las necesidades vitales, o de la falta de esta, y el bebé sonreirá o hará una mueca para orientarnos: ¡se está comunicando!
Recapitulemos. El bebé respira: «es la respiración la que permite el habla». Grita, balbucea y se calla: es la alternancia entre el silencio y la palabra la que inicia la comunicación. Usted intenta comprender, intercambia con él miradas llenas de intensidad: los intercambios visuales y auditivos del diálogo se ponen en marcha. Él le responde sonriendo, contoneándose, gritando con toda su fuerza o arqueándose en sus brazos: intenta hacerse comprender con las posturas de su cuerpo, con su voz y con sus gestos. ¡Ya sólo le falta hablar! Entre los dos y los cinco meses, se estrena con vocalizaciones, a las que usted contesta espontáneamente. Y un día se pone a reír, confirmando que ha entrado en la comunidad de los seres humanos. Por lo general, entre los cuatro y los seis meses, empieza a balbucear, lo cual es algo más elaborado. De hecho, sólo retiene los sonidos de su lengua materna: el niño no necesita aprender la [r] gutural francesa si su madre no es francesa. Capta los ritmos, los acentos y las tonalidades de su lengua, ya se trate del dialecto piamontés o de la lengua tamul. Así pues, el niño debe entrenarse con ahínco para poner a punto la «música» antes de colocar palabras sobre ella.
| Palabras que vuelan |
Todo este trabajo intenso le lleva a poder pronunciar un buen día papapa o tata en el momento apropiado, lo que usted, emocionado, interpretará como: «¡Quiere ver a su padre!» o: «¡Reconoce a su hermana mayor, Tatiana!». ¡La gran aventura del lenguaje, que es inseparable de la comunicación, acaba de comenzar!
A partir de los 14 meses, el bebé utiliza una palabra o un esbozo de palabra de manera específica: ga, cuando ve un gato o cualquier otro animal de cuatro patas, papá, cuando quiere que le coja en brazos el héroe de su padre. Una nueva hazaña tiene lugar hacia los 17 meses en los bebés más precoces: asocian dos palabras (un nombre y un verbo o un adjetivo), para complicar el mensaje: «Tata macha», porque se ha dado cuenta de que su hermana Tatiana se pone el abrigo para salir, o bien: «Guau malo», para manifestar su inquietud ante un perro grande que roza el carrito. Lo hace porque recuerda haberse asustado con los ladridos del perro labrador de la abuelita. Por lo tanto, hace asociaciones. También le entiende a usted. Desde los nueve o diez meses, ya entiende su «no» desaprobador cuando se acerca a la cadena de música. Posteriormente, a los 15 y 16 meses, es capaz de responder a una orden simple: «Ponte los patucos» o «Dame la cuchara».
En un primer momento, utiliza lo que los especialistas denominan protopalabras, es decir, palabras que significan varias cosas, porque necesita expresar mucho más de lo que su vocabulario le permite: «yoyu» significa «yogur», pero también «postre» y «nevera», porque todos los postres que adora se encuentran en ella. Une el gesto a la palabra para que se le entienda bien, apretando los labios, girándose repitiendo «feo», si el puré del día no le inspira. También irá a buscar sus zapatos y dirá «seo» para proponerle un agradable paseo.
| La relación con el otro |
A partir de los dos años, el desarrollo de su pensamiento y su comprensión del mundo le van a permitir acceder al lenguaje e impulsar su evolución. Cada niño se comunica de forma diferente según las necesidades que provoca su ambiente cotidiano: puede ser hijo único o tener muchos hermanos, tener unos padres disponibles o muy ocupados, una nodriza que habla más o menos bien su lengua materna, ir a la guardería o ser cuidado por una canguro... Todo influye, pues la perfección no es de este mundo, lo cual, por otra parte, es un alivio, dado que es la imperfección relativa de la realidad la que nos obliga a reaccionar y a expresarnos.
Por tanto, es necesario proporcionar unas buenas condiciones de atención materna cuando el niño es todavía un bebé, para que pueda desarrollarse de forma satisfactoria y acceder armoniosamente al lenguaje; no obstante, esto no significa que haya que tener al bebé entre algodones. La necesidad le lleva, como a nosotros, a hablar.
Hasta los dos años, las posibilidades de comprensión del niño son muy superiores a las de expresión, es decir, a las de hablar. Por esta razón, no tiene sentido comparar a dos niños de la misma edad. Mientras que uno almacena y afina antes de pronunciar una palabra bien construida, con frases completas y un vocabulario preciso en cuanto cumple tres años, otro puede ser un charlatán que se come los finales de las palabras, pero que ha empezado a hacerlo a los 22 meses. Se trata de planteamientos distintos, pues cada uno tiene un carácter propio, que no condicionan en nada la calidad del futuro lenguaje: la carrera por ser precoz no tiene sentido. ¡No dan premios por conocer un número determinado de palabras a cierta edad!
Lo más importante es la calidad de la relación entre la madre y su hijo, así como la estabilidad afectiva y el ambiente que rodea al niño. Hay que estimularlo de diferentes formas, pues el bebé es capaz de tener un sistema de comunicación distinto según las personas que lo rodean: papá lo hace saltar en el aire y el niño se ríe a carcajadas, reaccionando con todo su cuerpo; con su madre está más atento a las modulaciones de la voz; en cuanto ve a su hermano mayor se ríe y se pone rígido porque espera que le agarre por los pies y le arrastre por la moqueta. Por tanto, la estimulación es necesaria, pero también hay que proporcionarle referencias suficientemente estables. De hecho, los niños criados en un orfanato, que no tienen una cuidadora estable que les quiera y se ocupe personalmente de ellos, presentan retrasos en el desarrollo y en el lenguaje.
| Lo que podemos hacer |
Un niño tiene una capacidad innata para aprender a hablar, y el aprendizaje llega a su debido tiempo. Estimular no significa convertirse en un repetidor obcecado; esto puede resultar incluso nefasto, porque su hijo necesita sobre todo intercambios gratificantes, que los diviertan a ambos, aunque sólo sean unos cuantos minutos al día, mientras juegan, durante el baño o mientras le prepara la comida. ¡No se trata de hacerle repetir palabras, sonidos o frases! Dígale frases cortas y palabras sencillas para que le...
Erscheint lt. Verlag | 15.7.2016 |
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Sprache | spanisch |
Themenwelt | Medizin / Pharmazie ► Medizinische Fachgebiete ► HNO-Heilkunde |
ISBN-10 | 1-68325-124-5 / 1683251245 |
ISBN-13 | 978-1-68325-124-8 / 9781683251248 |
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Größe: 549 KB
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