La ilusión de India (eBook)
352 Seiten
Diëresis (Verlag)
978-84-18011-50-4 (ISBN)
Jordi Joan Baños (Sabadell, 1971) es un periodista y escritor profundamente vinculado a la India y a su ajetreada forma de vida. Durante una década fue el corresponsal de La Vanguardia en Nueva Delhi, el primero de un diario español en la India. Esa etapa ha sido parte esencial de un periplo de más de diecisiete años cubriendo la actualidad del mundo oriental, que luego le llevó a Estambul y actualmente a Bangkok, donde ejerce como corresponsal en Asia. Su relación con la cultura y la historia india se extiende también a la edición y traducción al catalán de dos libros clásicos de crónicas de India. Anteriormente, Baños se dedicó al periodismo cultural. También ha publicado tres libros de poesía.
Jordi Joan Baños (Sabadell, 1971) es un periodista y escritor profundamente vinculado a la India y a su ajetreada forma de vida. Durante una década fue el corresponsal de La Vanguardia en Nueva Delhi, el primero de un diario español en la India. Esa etapa ha sido parte esencial de un periplo de más de diecisiete años cubriendo la actualidad del mundo oriental, que luego le llevó a Estambul y actualmente a Bangkok, donde ejerce como corresponsal en Asia. Su relación con la cultura y la historia india se extiende también a la edición y traducción al catalán de dos libros clásicos de crónicas de India. Anteriormente, Baños se dedicó al periodismo cultural. También ha publicado tres libros de poesía.
Entrada de urgencias
Hay muchos libros sobre el sueño americano, en declive, pero muy pocos sobre la pesadilla india, en ascenso. Algo llamativo, tratándose del fabuloso país que, desde ahora y para siempre, va a ser el más poblado de la Tierra.
En honor a la verdad, hubo un momento único en que algo parecido al sueño indio dejó de parecer una quimera. No era palpable, pero sí imaginable y yo estaba allí para contarlo. Ese paréntesis empezó prácticamente con el siglo, alargándose durante una década y media. Tocó techo durante la primera legislatura de Manmohan Singh (2004-2009), antes de planear e iniciar su descenso. Pero había despegado algo antes, con el último A.B. Vajpayee, y cuando se estrelló contra la realidad, Narendra Modi llevaba ya un par de años en el cuadro de mando.
En ese parpadeo de su larga historia, la milenaria, inconmensurable y caótica India volvió a parecer un arma cargada de futuro. Durante ese periodo —que algunos ilusos no dan por terminado— se abrillantaron los logros indios hasta forzar el límite de la credulidad. Así, para la prensa de Londres o de Nueva York, equiparar el crecimiento de India con el de China se convirtió en un artículo de fe, con décimas de ventaja para la primera.
Desde la propia India, casi todo lo que se escribía abonaba aquel relato, demasiado importante como para permitir que la realidad lo estropeara. Sin embargo, el progreso de una sociedad no es susceptible de ser cuantificado y reducido a enteros y decimales. O por lo menos, no entiendo que esa sea la labor del corresponsal, sujeta a su buen ojo, su experiencia, sus fuentes y, finalmente, a su talento para relacionar y darle forma escrita.
El economicismo en boga me recordaba a cierto galerista de arte de Hauz Khas Village, barrio de moda en Nueva Delhi. Cuando se le preguntaba cuánto valía uno de los cuadros expuestos, el hombre adoptaba una expresión ceñuda, echaba mano de una cinta métrica y le tomaba literalmente las medidas, antes de lanzar al aire con gravedad un precio irrebatible.
La India no es la China, pero en ambos países el futuro aún cotiza al alza. El contraste con Europa es ese. La mayoría de sus jóvenes, como la mayoría de asiáticos emergentes, creen que vivirán mejor que sus padres.
En mi caso, cambiar Lisboa por Delhi y Portugal por India, fue también una forma de no volver la vista atrás. Un modo particularmente enrevesado de pasar página, transitando de lo cercano a lo exótico y de lo asequible a lo inabarcable. Hay sitios más recomendables para empezar de nuevo, pero son más predecibles. La India cansa, pero no aburre.
También este retrato en claroscuro se quiere impredecible. A ratos tal vez merodee la literatura de no ficción, pero no es un libro de viajes, ni una crónica periodística al uso, ni un ensayo sociocultural de urgencia, ni una reflexión política, ni un esbozo autobiográfico. Aunque contenga retazos de todo eso, más unas pinceladas de historia hacia el final. Articular un material tan heterogéneo ha sido un reto. Esta es una colección de digresiones, grandes y pequeñas —con el añadido de algunas postales y retratos—, alrededor de un hilo conductor muy simple: cómo entré en India y cómo salí de allí, diez años más tarde, siendo otro. No todas las partes van a gustar por igual a todo el mundo. Pero espero haber salido airoso en mi intento de plasmar, con amenidad y un cierto pulso literario, una mirada fresca sobre la India de hoy. Con enjundia cuando menos te lo esperes.
El libro empieza con minucias —sensaciones y observaciones— antes de abrir el foco y embarcarse en reflexiones de mayor calado —confío— sobre la India actual y su lugar en el mundo. En un bazar, es fundamental el detalle que nos llama la atención sobre una alfombra. Pero más importante aún es lo que nos parece la alfombra cuando nos la desenrollan y podemos hacernos una idea de conjunto.
He leído, generalmente con gusto, cientos de libros sobre el subcontinente indio, que en su inmensa mayoría pertenecen a dos géneros. Por un lado, apologías de una India espiritual, fuera del tiempo y del espacio. Por otro, reivindicaciones de una India material, aunque purulenta, que se va a comer el mundo gracias al ingenio de sus habitantes y su sistema democrático, por poco que aplique las reformas sugeridas. Así que me acojo al viejo Gotama Buda y a su invitación a tomar el camino de en medio. Este no es un libro sobre lo que India ha sido, nos gustaría que fuera o debería ser, sino que es un libro sobre lo que es.
Lo cierto es que India me ha dado más que cualquier otro país. Y yo a ella, también. Hay países a los que les falta un tornillo y países a los que les falta una rueda. A la India tal vez le falten tres ruedas, pero no echa de menos ninguna, porque sin embargo se mueve.
Es más, está dispuesta a racionalizarlo, mientras acelera y atropella a propios y extraños. Como aquel gigantesco carro que vi en el templo de Yáganat, en Orisa. Estado oriental que, por cierto, es una de las joyas de la India, al margen del circuito turístico. Aquella especie de carro del juicio final era arrastrado con cuerdas, desde tiempo inmemorial, por miles de peregrinos, en un día señalado, en el templo de Puri. En un ambiente de total exaltación religiosa, eran bastantes los que antaño se arrojaban bajo el tonelaje de las ruedas para sentir crujir, por primera y última vez, el peso de la ley divina.
La India es más lenta que otros a la hora de cambiar sus supersticiones por las nuestras. Quizás por eso, contra pronóstico, tres cuartos de siglo después de su emancipación, no solo se ha mantenido democrática, unida y diversa, sino que ha crecido (con la incorporación de Sikkim), al contrario que el demediado Pakistán. Todo ello sin tener que padecer ningún golpe militar. La India federal es, fundamentalmente, una historia de éxito.
A la vez, a la vista del salto adelante de la mayor parte de Asia, la India contemporánea es un fracaso colosal, de dimensión continental. Con el mérito, no menor, de ser un marasmo autocontenido, que no se desborda sobre sus vecinos y apenas salpica a Occidente. Cuando lo hace, sobre todo en los países anglosajones, el balance es a menudo altamente positivo para ellos, puesto que exporta ingenieros, médicos, informáticos o enfermeros.
A pesar de esa lacerante fuga de cerebros y de mano de obra —compensada solo parcialmente por las remesas— India no se hunde. No lo hace por la laboriosidad y abnegación de su gente —en muchos casos, brillante— y, creo yo, por otros tres motivos. Uno, porque su trayectoria es ligeramente ascendente y, mientras el futuro cotice al alza, podrá absorber tensiones. Dos, porque la inmigración clandestina está fuera del alcance —e incluso fuera de la imaginación— de cientos de millones de indios que viven por debajo del umbral de la pobreza. Y tres, porque Pakistán ejerce por añadidura de tapón o torniquete, limitando una mayor hemorragia humana.
De hecho, los primeros muros de la fortaleza Europa se levantan a muchos miles de kilómetros de nosotros. La verja entre Bangladesh e India, casi completa, también forma parte de ella, como la valla entre India y Pakistán, mucho más fiable. Y aún habría que añadir las cercas cada vez más extensas entre Pakistán y Afganistán y entre Pakistán e Irán, o entre Irán y Turquía, antes de llegar a las que separan a Turquía de Grecia y de Bulgaria. El mundo es plano, decía en tiempos más optimistas el cofundador de Infosys, Nandan Nilekani, en Bangalore, mientras las fronteras empezaban a llenarse de barreras y alambradas.
A mi entender, la India tiene un futuro mejor que su presente, pero no la veremos marcar el paso del planeta, por mucho que sea, desde mediados de 2023, el país más populoso, según la ONU. Tampoco va a estar en condiciones de ejercer de contrapeso a la China o a Estados Unidos, por lo menos en varias décadas. Quizás jamás.
Es un país ensimismado y, a la vez, indispensable. Sin embargo, si cruzamos los dedos, no debe ser para que la India —la nación de naciones más fascinante y colorida del orbe— sea la gran solución —no puede serlo— sino para que no se convierta en el gran problema.
Comprendo que, rebajar las expectativas sobre India, mientras se agolpan tantos nubarrones sobre Europa, pueda sonar pretencioso. Pero en realidad forma parte del enfriamiento global de las expectativas. Ya en su momento, que un diario como La Vanguardia enviara a un corresponsal a India fue un empeño quijotesco, casi romántico. Ahora entiendo que quizás también fuera irrepetible, visto el panorama económico general y el de la prensa en particular.
Sin duda, la India volverá a la palestra y su condición de país más poblado del mundo va a cargar de razones su demanda histórica de convertirse en miembro permanente de Consejo de Seguridad de la ONU. Momento que podría coincidir con la acumulación de pruebas sobre su estancamiento relativo frente a algunos países de su entorno que han optado por la cooperación pragmática con China antes que por la confrontación.
El caso es que, no hace tanto, la India discurría como una barcaza fluvial, conmigo dentro. En los peores momentos se empantanaba, como un autorickshaw —el popular triciclo motorizado— en hora punta. Pero aun a trompicones, no paraba de emitir destellos, interrogantes para los cuales lo mejor es no haber leído casi nada o haberlo olvidado casi todo. Porque la verdad de India te asalta ahí dentro, tras la cortina mugrienta del triciclo, mientras...
Erscheint lt. Verlag | 7.10.2024 |
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Reihe/Serie | Primera página |
Verlagsort | Barcelona |
Sprache | spanisch |
Themenwelt | Reisen ► Reiseführer ► Asien |
Schlagworte | Bombay • Calcuta • Delhi • India • Mumbai • Viajar India • Viaje India |
ISBN-10 | 84-18011-50-5 / 8418011505 |
ISBN-13 | 978-84-18011-50-4 / 9788418011504 |
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Größe: 1,9 MB
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