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Los hijos de Munia (eBook)

(Autor)

eBook Download: EPUB
2017
128 Seiten
Metaforic Club de Lectura (Verlag)
978-84-17156-05-3 (ISBN)

Lese- und Medienproben

Los hijos de Munia - Blanca Sanz
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Alonso, Jimena y Brianda son Los hijos de Munia que pasean sus andanzas bajomedievales por un reino nazarí, una corte bretona o el camino medieval al Finisterrae. Piezas de amor y desengaño engarzadas en un llevadero y conciso apunte de época que nos acerca a monacos y mercados de plaza castellanos, a figones donde se engolfan peregrinos y buscones, a la vida de siervos y tenderos. Un texto oportuno para caminar en ruta literaria hacia Santiago de Compostela, una accesible novela de género histórico. Para lectores de 13 años en adelante.

EL CONVENTO DE CARDEÑA


En la barbería raparon a Alonso la cabeza y se la dejaron monda y limpia como un meloncillo; el fraile dijo que se acostumbraba a cortar el pelo a novicios y aspirantes al caer el verano para no tener luego que despiojar en la primavera. Luego hizo lo mismo con otros dos chicos que también acababan de llegar, uno de ellos lloraba al tocarse la cabeza, y el mismo fray Silvano vino a consolarle y los acompañó hasta la hospedería donde estaban sus padres. Los dos muchachos calzaban botas de cuero labrado y el barbero les preguntó de dónde procedían, si de villa o de aldea.

Enseguida llegó el hermano Juan que condujo a Alonso por un largo corredor hasta el dormitorio, allí le señaló su cama, un jergón cubierto con una manta a rayas, le indicó por dónde se iba a las letrinas, y le entregó la ropa, una túnica parda de estameña con un cordel, una camisa, bragas y unas alpargatas.

–Cada noche orearás el sayal y el calzado y los interiores aprovechas el día de sol para lavarlos. Cuando te cambies, bajas al claustro para ir a la iglesia.

Alonso se despojó del chaleco que le había hecho su madre con una piel de cordero y se vistió la estameña; para no pisársela por las escaleras la encogió atándose fuerte el cordón a la cintura.

En el claustro estaban de obras, había andamios, montones de vigas y ladrillos y mucho polvo que levantaban los canteros trabajando la piedra. Cuando sus compañeros pasaban en fila delante de él le hacían muecas y risas, a escondidas del hermano Juan que cerraba la hilera. Aquel desfile le recordó al rebaño que llegaba al atardecer a Tellozar con el pastor detrás; sólo faltaba el perro. Alonso pensó entonces en Lina, la perra, en lo feliz que ella vivía en San Medel ignorando la existencia de los conventos. Él, sin embargo, estaba tan agobiado con lo que estaba viviendo que la frente le sudaba. En el interior de la iglesia se estaba bien, hacía fresco, olía a cera y a flores y de vez en cuando sonaba algún instrumento y todos cantaban. Fray Silvano, subido en una tarima, les hablaba pero no consiguió enterarse con claridad de lo que decía. Después de cambiar varias veces de posición, de pie, de rodillas, sentados, de nuevo levantados, salieron fuera y en fila de a dos pasaron al refectorio para cenar.

Aunque había que ir en silencio, su compañero le dijo en voz baja que se llamaba Zoilo, que procedía de Castrojeriz donde su padre tenía tierras y además era regidor y que lo habían traído a Cardeña para que se hiciera escribano.

–¿Es que no vas a ser fraile? –le preguntó Alonso sorprendido.

–Bueno, ahora, sí; luego, igual cambio de parecer, pero no se lo digas a Juanillo aunque te lo pregunte –dijo Zoilo guiñando el ojo.

Juanillo era el lego Juan que se pasaba la jornada poniendo orden en aquella caterva de revoltosos. Cuando terminaba el año de prueba, era él el que hacía la criba de los que se quedaban en el noviciado; los demás partían para sus villas o aldeas o si querían continuar en el monasterio podían hacerlo como criados trabajando en los corrales y pocilgas o en las tierras del priorato.

–Y tú, ¿eres hijo de donante o de pobre? –preguntó Zoilo con naturalidad.

Alonso recordó a los chicos de la barbería, bien calzados y atendidos con cordialidad por fray Silvano y concluyó que su padre(J no era donante.

–Mi padre es el herrador de San Medel.

–Si sabes silbar, aquí no lo hagas pues es una burla que hacemos por lo bajo a fray Silvano y nos castigan siempre.

–¿Te gusta la comida? Después de esta sopa de alubias hay castañas cocidas, así que menudo concierto vamos a tener esta noche en el dormitorio.

Zoilo reía y se le caía la sopa por el lienzo que se ponían todos de babero para comer.

–¿Hay muchos castigos, Zoilo?

–Haylos, haylos; se enrabietan bastante cuando hablas o ríes en la iglesia y cuando dices juramentos en voz alta. Lo que nunca debes hacer es ir a las letrinas por la noche con algún compañero que te sostenga la palmatoria; aunque te mueras de miedo debes ir solo y dejar la vela en el suelo.

Mientras cenaban, un novicio subido en un estrado les leía la vida del santo del día y cuando el hermano Juan salió un momento, a las cocinas, alguien le tiró una castaña y el libro se le cayó. El pobre novicio a nadie se quejó y al sonar la campana todos se fueron al recreo celebrando con mucha bulla lo sucedido. Zoilo acompañó a Alonso a dar una vuelta por la hospedería que era donde más tráfago había de viajeros y visitantes. Lo que más extrañó a Alonso fue lo grande y habitado que era el monasterio; había silencio, sí, pero sólo en la zona de los monjes, iglesia, biblioteca, refectorio y celdas, en el resto había un verdadero trasiego de gentes, peregrinos, enfermos y familiares, criados de los huéspedes, escuderos de los viajeros ricos, albañiles, maestros constructores, porqueros, pastores y arrieros que llegaban con sus mercancías.

–Aquí, si te cogen vagando por el monasterio, di siempre que vienes de la iglesia, que has ido a rezar.

Alonso agradecía los consejos de su amigo al que veía demasiado listo y desenvuelto para aquel mundo de oración y de silencio. No se lo imaginaba de novicio, recogido y devoto en la penumbra, de la iglesia con la cogulla puesta. Pero no todos eran amables y complacientes como Zoilo, pensó Alonso cuando al llegar al dormitorio se encontró con una enojosa sorpresa: junto a su jergón había un charco de orines.

Su compañero de al lado llamó al hermano Juan y éste se lo comunicó a fray Silvano que acudió de inmediato. Alonso estaba descompuesto y no sabía qué hacer. Sólo tuvo fuerzas para negar con empeño que él no había sido. Fray Silvano le creyó y miró alrededor buscando los ojos del culpable; luego habló en voz baja con el hermano Juan y parece que los dos coincidían en sus sospechas. Alonso limpió con serrín su territorio y se puso a dormir de cara a Martín que era su único vecino de catre pues por el otro lado tenía la pared.

–No padezcas por estas fechorías; en la ringle de enfrente hay mucho malcarado. Si quieres, yo puedo ser tu amigo –le dijo Martín cuando se hizo el silencio.

Al día siguiente, cada uno se fue a las tareas que tenían asignadas y Alonso no vio a sus amigos hasta que acudieron a la escuela y luego en el refectorio. Estaba contento y satisfecho de cómo había transcurrido la mañana y todo se lo contó a Zoilo y a Martín.

En las leñeras el trabajo había sido fácil; tuvo que separar las astillas y la leña menuda de los troncos, hacer fajos con el ramaje, llevarlos a las cocinas y a los hornos de pan y ponerlos en montones. El tamaño de las cocinas asombró a Alonso, eran mucho mayores que las del castillo de Tellozar, había varios fogones, cada uno con su olla hirviendo y de diferente comida, según le dijo el chico que fregaba los peroles; la más ligera y la más sana era la de la enfermería, luego estaba la de los monjes, novicios y aspirantes y por último las destinadas a la hospedería. Los pucheros de peregrinos y viajeros se guisaban con aceite y abundaban las tajadas de carne, los del albergue de mendigos eran sopas que se hervían con las cabezas de gallinas y cabritos y mucha berza.

El fregador de ollas le dijo a Alonso que él continuaba en las cocinas porque el hermano cocinero y el despensero eran buenas personas, trataban bien a la gente de los fogones y además había un buen comer, los mejores bocados, pero que trabajaba sin parar y le mostró las paredes repletas de cacharros colgados, calderos, cucharones, marmitas, sartenes, asadores, almireces, escudillas y trébedes; todo aquello había que enjabonar y raspar cada día.

Alonso prometió visitar algún día a Dámaso que así se llamaba el muchacho de las cocinas y empezó a considerarlo como un amigo.

De las leñeras Alonso se encaminó a la escuela; los chicos que llegaban cada uno de su trabajo se lavaban las manos en una pila que había a la entrada y se las secaban en una bayeta que sostenía el hermano Juan. Todos entraban con naturalidad y jolgorio menos Alonso al que le temblaban las piernas por tener que enfrentarse con la lectura y la escritura; menos mal que lo primero que hicieron fue sentarse en unos bancos adosados al muro. Alonso apoyó su espalda en la pared, respiró hondo y se preparó para afrontar con valentía el mal rato que le esperaba.

Dos de los mayores repartieron unos recuadros de tabla, unos carboncillos para dibujar y unos trapos para borrar lo escrito en las tablillas. El fraile escribió una frase tomada de un salmo en un tablero grande que colgó de la pared: «Mi corazón escucha tu palabra, Señor». Todos la tenían que copiar en la tablilla que sostenían sobre sus piernas, menos los principiantes que debían dibujar como pudieran la palabra «corazón» y luego pensar seis palabras que empezaran por «C». Alonso hizo memoria enseguida: cabra, conejo, cuerno, cosecha, coraza y correaje. Uno de los más aventajados salió al tablero, escribió corazón y luego el resto de las palabras que le iban dictando sus compañeros. A continuación el hermano Juan les distribuyó un puñado de trocillos de madera y en cada uno de ellos debían dibujar las letras de las palabras escritas en el tablero grande, con ellas formar los nombres de las cosas y escribirlas en su tablilla. Alonso miraba con atención al tablero grande y fray Ildefonso, que así se llamaba el maestro, le felicitó por la cantidad de vocablos que compuso; aquello...

Erscheint lt. Verlag 9.6.2017
Verlagsort Pamplona
Sprache spanisch
Themenwelt Kinder- / Jugendbuch Jugendbücher ab 12 Jahre
Kinder- / Jugendbuch Sachbücher Geschichte / Politik
Schlagworte aventuras • Camino de Santiago • Edad Media
ISBN-10 84-17156-05-4 / 8417156054
ISBN-13 978-84-17156-05-3 / 9788417156053
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